"El autoconcepto puede definirse como las imágenes de sí mismo y engloba, por tanto, la totalidad de las actitudes que la persona tiene hacia su yo como un objeto" (Fernández-Ballesteros, 1999).
En la revisión bibliográfica encontramos que el autoconcepto tiene tres componentes fundamentales los cuales son: el cognitivo, que se refiere a la percepción que tiene cada individuo sobre sí mismo, sus rasgos de personalidad, su rol social, su imagen física, entre otros; también encontramos el componente evaluativo que refiere al afecto positivo o negativo que provoca la persona (autoestima); por último está el componente conativo que se refiere a las motivaciones del individuo para cambiar de acuerdo a las discrepancias de su yo real y su yo ideal.
Estos tres componentes son fundamentales para que la persona pueda autoreconocerse, tener la suficiente confianza en sí mismo y tener presente que la vida está en constante relación con la toma de decisiones. Debido a que el autoconcepto está relacionado con la personalidad y la autoestima, se podría decir que a partir de la personalidad vamos formando desde que somos niños un autoconcepto que a lo largo del tiempo se vuelva cada vez más estable, por lo tanto decir que cuando uno envejece cambia su "forma de ser" no es nada más que un mito.
Como se mencionaba a lo largo de las sesiones en el Club del Adulto Mayor de Lurín, es importante reconocer que los cambios que se presentan en el período de la vejez se deben a un proceso por el cual todos vamos a pasar, es el poder aceptar todos estos cambios tanto externos como internos, reconocernos como personas, reflexionar sobre todo lo que hemos realizado a lo largo de nuestras vidas para poder mirar hacia el pasado y estar conforme con todo lo que se pudo aportar a nuestras familias y a la sociedad; y principalmente sentirse satisfecho de haber alcanzado las metas trazadas.
Conocerse a sí mismo implica reconocer las virtudes y defectos, las fortalezas y debilidades de cada uno y el tener un yo ideal influye en la motivación para poder superar los defectos y debilidades y de esa manera compensar las virtudes y fortalezas para ser mejores personas cada día y al ser adulto mayor, poder sentirse satisfecho de lo que pudo hacer con su vida.
Referencia:
Fernández-Ballesteros, R., Moya, R., Iñiguez, J., Zamarrón, M. (1999). Afectividad y Personalidad. En R. Fernández-Ballesteros et. al. (Eds.). ¿Qués es la Psicología de la Vejez? (pp. 107-121). Madrid: Biblioteca Nueva.
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